Y es que ya le toca su toma de, aproximadamente, las dos. Cómo no, me ha pillado en la parra y me toca ponerme a preparar la leche cuando ella ya está nerviosa y llora con ganas...
Así me va, que silbo una canción cuando empieza otra (01:20). La verdad es que no parece que, esta vez, la música surta efecto por sí misma... y hasta que no termino de preparar el calientabiberones y empezamos el baile no se va olvidando del hambre...
(04:50) Con el final de la canción se cuelan los ladridos de un perro que responde a una sirena de policía o ambulancia. Por un momento los ladridos, la música y la sirena se entremezclan como si de una misma composición se tratase. Son juegos casules y sutiles a los que normalmente no prestamos atención, pero cuando te paras a escucharlos resultan muy entretenidos y sugerentes porque, a fin de cuentas, puedes imaginarte lo que quieras y soñar despierto...
(06:25) Algunas veces no hace falta ni que la canción termine: en un impasse se cuelan los golpes del calientabiberones al agitar el biberón o el timbre de una bici y el aviso del calientabiberones, casi tapándose el uno al otro y formando un sonido autónomo... y todo con los llantos de una Alea cada vez más hambrienta...
(07:35)Este tema solemne y delicado es perfecto para que mame Alea, pero también para que los sonidos de la calle y los de la casa dialoguen y ofrezcan sus juegos sutiles y aleatorios. Ajusto el volumen... y escucho...
Es difícil explicar la sensaciones que me invade cuando escucho esa mezcla arbitraria y fugaz que se produce entre los golpes metálicos que advierten de la presencia pasajera del butanero (que aportan un plano espacial propio de la calle) y la canción (que resuena en el espacio cerrado de la sala). Además, se intercalan las succiones que Alea propina a la tetina del biberón (y los consiguiente respiros del biberón que recupera el aire de la succión), que anclan el sentido de un momento (el de dar de mamar) trenzado por el canto de unos pájaros que ya no chirrían en vuelo, sino que están quietos y hasta parece en algún momento que entonen una melodía o un contrapunto escrito expresamente para este momento. También, en ocasiones, las puertas que al cerrarse refuerzan el final de un fraseos del piano o el chirrido que produce el desplazamiento del carro que recorre un pequeño tramo del brazo de una grúa (que trabajan en la dilatada reforma del mercado del Borne) subraya una voz... (09:45) Son sonidos individuales, autónomos, con una vida propia, pero todos ellos acuden puntuales, cada uno con su idiosincrasia, sus vestimentas y reflejos, a una cita no programada...
(11:26) Y para rematar la cosa, una buena inspiración del biberón entre las garras de la bestia
Así me va, que silbo una canción cuando empieza otra (01:20). La verdad es que no parece que, esta vez, la música surta efecto por sí misma... y hasta que no termino de preparar el calientabiberones y empezamos el baile no se va olvidando del hambre...
(04:50) Con el final de la canción se cuelan los ladridos de un perro que responde a una sirena de policía o ambulancia. Por un momento los ladridos, la música y la sirena se entremezclan como si de una misma composición se tratase. Son juegos casules y sutiles a los que normalmente no prestamos atención, pero cuando te paras a escucharlos resultan muy entretenidos y sugerentes porque, a fin de cuentas, puedes imaginarte lo que quieras y soñar despierto...
(06:25) Algunas veces no hace falta ni que la canción termine: en un impasse se cuelan los golpes del calientabiberones al agitar el biberón o el timbre de una bici y el aviso del calientabiberones, casi tapándose el uno al otro y formando un sonido autónomo... y todo con los llantos de una Alea cada vez más hambrienta...
(07:35)Este tema solemne y delicado es perfecto para que mame Alea, pero también para que los sonidos de la calle y los de la casa dialoguen y ofrezcan sus juegos sutiles y aleatorios. Ajusto el volumen... y escucho...
Es difícil explicar la sensaciones que me invade cuando escucho esa mezcla arbitraria y fugaz que se produce entre los golpes metálicos que advierten de la presencia pasajera del butanero (que aportan un plano espacial propio de la calle) y la canción (que resuena en el espacio cerrado de la sala). Además, se intercalan las succiones que Alea propina a la tetina del biberón (y los consiguiente respiros del biberón que recupera el aire de la succión), que anclan el sentido de un momento (el de dar de mamar) trenzado por el canto de unos pájaros que ya no chirrían en vuelo, sino que están quietos y hasta parece en algún momento que entonen una melodía o un contrapunto escrito expresamente para este momento. También, en ocasiones, las puertas que al cerrarse refuerzan el final de un fraseos del piano o el chirrido que produce el desplazamiento del carro que recorre un pequeño tramo del brazo de una grúa (que trabajan en la dilatada reforma del mercado del Borne) subraya una voz... (09:45) Son sonidos individuales, autónomos, con una vida propia, pero todos ellos acuden puntuales, cada uno con su idiosincrasia, sus vestimentas y reflejos, a una cita no programada...
(11:26) Y para rematar la cosa, una buena inspiración del biberón entre las garras de la bestia
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